Del mismo color que el zumo de sandía con ribetes violáceos, apariencia borrosa propia de un vino tratado con mucho mimo y poco filtrado, denotando juventud y maestría, brillante y glicérico.
Conforme nos acercamos la copa a la nariz, ya a cierta distancia, se hace notar su centro de fresones ácidos y su entorno goloso de piruleta y Chupa Chups Koyak. De gran expresividad y buena intensidad. Con más detenimiento y en segundo plano, aparecen notas silvestres y , más tarde, granza de café.
En boca discurre plácido y suave, con mucha amplitud y tacto graso, recobrando volumen en cada centímetro de su recorrido a la vez que su acidez perfectamente integrada, aligera y refresca su paso.
En su ataque presenta el resto de sus bondades dejando un buen gusto en la boca a fruta muy jugosa posiblemente y, conociendo las manos del vendimiador, cogida en su momento de mayor esplendor.
Huyendo de cualquier punto de amargor o de cualquier detalle que pueda desviar tu atención, muy lejos de esto, su sabor envolvente se mantiene impertérrito a lo largo de cada sorbo.
De tan rico trago retornan notas de fruta jugosa y pinceladas ácidas en un escenario asilvestrado.
Al final de la película, justo antes de nuestros merecidos aplausos, ascienden sutiles notas de heno y cierto encaje floral.
Un rosado riquísimo con un tandem de variedades muy original, Syrah y Palomino.
Pa matarse!!
Catado el 27 de diciembre de 2020
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